viernes, marzo 15

Construir y respetar a la Tierra, es posible

El calentamiento global es real e incuestionable, considera el arquitecto Ramón Aguirre Morales, quien por varios años ha impulsado acciones, individuales y colectivas, para hacer conciencia sobre el impacto de la construcción.

«Nos estamos acabando la naturaleza, la estamos haciendo pedazos y tenemos que ser conscientes del deterioro que le estamos haciendo al medio ambiente», comenta uno de los organizadores del encuentro Volver a la Tierra.

El catedrático de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca (UABJO) e integrante de la Red Iberoamericana PROTERRA explica que aunque estemos inmersos en un sistema capitalista, que se ha dedicado a marcar la pauta de cómo y con qué edificar, es posible la construcción sostenible para generar el menor daño posible a la naturaleza.

El edificio más ecológico puede ser el que no se construye, señala el arquitecto Huw Heywood, de la Universidad de Portsmouth, en su libro 101 Reglas básicas para edificios y ciudades sostenibles. Sin embargo, la necesidad de un techo para habitar ha llevado a la humanidad a hacerse de construcciones.

Las culturas prehispánicas han edificado diversos espacios, desde aquellos para habitar hasta otros que se presume fueron exclusivos para la formación de una élite o para venerar a algún dios. Algunas de esas construcciones, como la de la cultura Olmeca, en Veracruz, o las zapotecas de Monte Albán y Mitla, en los Valles Centrales de Oaxaca, aún existen.

Y en ellas se pueden distinguir materiales de las regiones, así como técnicas que aseguraron la estabilidad de las construcciones.

«En el siglo XX, el embate de nuevos materiales y la imposición de modelos de diseño, derivados del racionalismo industrializador, hicieron ver a las edificaciones de adobe, ladrillo, teja, bajareque, palma y madera, como primitivas o inadecuadas para dar respuesta al súbito crecimiento de las manchas urbanas», señala el arquitecto Prometeo Sánchez Islas en su tesis de doctorado.

Y agrega que la consecuencia de ello es que «los sistemas tradicionales de construcción fueron desplazados por otros que en un principio parecieron ser más económicos y seguros, con el inconveniente de que incluso las nociones de belleza cambiaron».

Sin embargo, explica que a partir de la década de 1980 se dio el agotamiento del modelo funcionalista y el surgimiento de una nueva conciencia ecológica, que aunque han buscado alternativas viables, le falta una visión unificada y desarrollada, y que requiere de más investigación y experimentación.

En ese tenor, el arquitecto Ramón Aguirre es uno de los que por años ha investigado y experimentado al respecto, lo cual le ha llevado a concluir que para cada construcción se ha de conocer y aprovechar los materiales regionales y sabiduría ancestral.

La casa caracol, un inmueble ubicado en inmediaciones de Santa María El Tule, es el proyecto que ejecuta el profesional, quien se ha dado a conocer más por sus estudios y construcción de bóvedas de ladrillo y adobe.

En esa casa, y en colaboración con albañiles locales, trabaja en un proyecto amigable con el ambiente y en el que el uso de materiales industriales es mínimo (entre el 5 y 10 por ciento).

Convivencia y respeto a la Tierra

Ramón Aguirre dice que es posible construir y estar en armonía con la naturaleza, con la Madre Tierra. «Ese es el compromiso que tenemos y tiene que ser así, ahí no hay tregua: tenemos que ser radicales», expresa.

Asimismo, que si se hiciera un parte aguas y recuperáramos los sistemas constructivos y la sabiduría ancestral, seguramente tendríamos un menor calentamiento global.

Sin embargo, reconoce que la globalización y mercadotecnia conducen a un deterioro total al hacer una casa «de material». Por ello, exhorta a ser muy agresivos, en el sentido de reconocer el daño al medioambiente y hacer algo para evitar más estragos.

Acercarse a quienes conocen los sistemas constructivos de antaño, en donde se echaba mano de elementos orgánicos y regionales, con técnicas que han servido para la construcción, es una de las propuestas de quien realiza una casa que quizá en dos siglos comience a deteriorarse, pero que se integre nuevamente a la naturaleza.

Y es que, añade, «la casa que tú haces de tierra, con el tiempo, se desbarata y vuelve a ser tierra. No afectaste al ambiente; a diferencia de cuando la haces con concreto porque cuando demueles, haces una restauración o arreglo, toda esa basura ¿a dónde se va?»

Eso, aunado al consumo de energía, de materiales, de generación de residuos e impacto sobre el paisaje.

Al explicar que en las escuelas se enseña una determinada forma de construir, Aguirre considera que se entra en una dinámica de consumismo en la que te dicen qué es lo que tienes que hacer, qué construir y cómo tienes que hacerlo, borrando así los conocimientos ancestrales.

La Casa Caracol

Aguirre desarrolla un proyecto en inmediaciones de Santa María El Tule, al que ha denominado la Casa Caracol, que cuenta con cimentación de cantera procedente de Mitla y que fue pegada con cal, y un hilado de ladrillos que permite la transición de la piedra al adobe.

Todos los muros de la casa son de adobe producido con materiales de la región. Las cubiertas están constituidas por bóvedas de ladrillo y adobe; los acabados en el exterior son diversos, ya que en algunos se verá el adobe natural y en otros hay una capa muy fina de cal o de tierra con cal.

En el interior, los acabados son de cal bruñida, mezclada con polvo de mármol; aplanados de tierra con fibra de trigo, estabilizados con estiércol de caballo y sellados con baba de nopal (que permite la respiración del adobe) son otros que se observan en la construcción.

Los pisos de la casa son de tierra compactada, que tendrán aceite de linaza como sellador, la cual también dejará respirar a la tierra.

La casa, que cuenta con un baño seco, sistema de recuperación de aguas y regulación de la temperatura, entre otras características, es un ejemplo de que volver a la tierra y respetarla, es posible, pero también urgente.

El Imparcial

Share.

Comments are closed.