jueves, febrero 29

Lunes del Cerro en Oaxaca, historia y tradición

Oaxaca es tierra de costumbres y tradiciones que ofrece siempre a quien la visita la gran riqueza de su pasado, riqueza que se encuentra a lo largo de nuestras diferentes regiones y donde se puede apreciar en todo su esplendor.

Fotos: Edwin Hernández

Parte de ella es una de las festividades que se celebran en la Ciudad de Oaxaca, la más importante, como lo es el «Lunes del Cerro», y su Octava, mismas que se han celebrado a través del tiempo de muy diversas maneras.

La fiesta de los «Lunes del Cerro» es la prolongación de la ofrenda ancestral de nuestros indígenas a sus dioses solicitando su protección para que hicieran fértiles sus campos.

Fiestas llena de colorido, de profunda y arraigada tradición, cuyo origen data del siglo XV y ha adquirido forma desde esas fechas por su alto contenido humano que invita a convivir esta festividad auténticamente oaxaqueña y que llega a nuestros días transformada en una auténtica fiesta folklórica, ya que dentro del marco de esta celebración se ha agregado el espectáculo que se conoce con el nombre de «Guelaguetza» y que refleja simbólicamente esta costumbre zapoteca.

El «Lunes del Cerro» y el espectáculo de la «Guelaguetza» es por lo tanto, motivo de orgullo de los oaxaqueños, unión de nuestros pueblos que muestran el fruto de su esfuerzo en armonía como presente del sentimiento de nuestra gente ansiosa de dar a quien convive con nosotros y a quienes nos visitan.

Lunes del cerro

Distintas épocas han transcurrido sobre el calendario y nuestra característica humana se ha transformado en las festividades de los Lunes del Cerro» o mejor dicho del «Tani Lao Danina Yaaloani» que en zapoteco quiere decir: “Fiesta en el Cerro de la Bella Vista”.

«Centéotl» perdió ascendencia divina, capacidad creíble sobre natura y sus ayer seguidores la escondieron para no ser condenados como idólatras, de diosa de las mieses a ídolo perseguido.

Ya no más la mexica «Centéotl» protectora del maíz, ni el zapoteca «Pitao Cosijo», ya no más «Coquixee» ni la fragancia del copal indígena. La cultura de la cruz se posó en nuestro viejo cerro con incienso cristiano.

Prehispanismo y mestizaje, paganismo y cristianismo que danzan desde los viejos siglos para asentarse en la tradición y la cultura del oaxaqueño actual y su remoto pasado que lucha por sobrevivir.

La permanencia de los «Lunes del Cerro» ha tomado formas distintas, grandiosas en algunas épocas ya que su origen data de fines del siglo XV, tiempos de celebración de ritos, de adoración y pedimentos a la diosa protectora del maíz, en cuyo honor se escenificaban danzas y comidas rituales que culminaban con el sacrificio de una doncella, quien durante las festividades era considerada la representación de la deidad, tiempos en que Ahuízotl, rey de Tenochtitlan, se estableciera en Huaxyacac.

Posteriormente a la llegada de los conquistadores, aprovecharon esta tradicional costumbre para establecer en el lugar del adoratorio levantado en honor de «Centéotl», la hermita de la Santa Veracruz y comenzar el mismo día de la trinidad zapoteca – «Centéotl», «Pitao Cocijo», y «Coquixee” – el triunfo de la Santa Cruz, que después cambió por el culto a la Virgen del Carmen y festejarla el día 16 de Julio de nuestro calendario y que coincide con el octavo mes de los aztecas llamado «Hueytecuilhuitl».

En nuestra modernidad y en el marco de estas festividades se le agrega el espectáculo folklórico denominado «Guelaguetza» que tiene su antecedente en el Homenaje Racial que se hiciera a la Ciudad de Oaxaca en 1932 con motivo de su TV Centenario de habérsele otorgado el rango de ciudad.

Espectáculo lleno de colorido que toma el nombre (1951) de la ancestral costumbre entre los zapotecos y que se confirma con la presencia de los grupos representativos de las diferentes etnias y regiones del Estado que traen el producto de su tierra para ofrendarlo después de haber presentado sus cantos, danzas y bailes, mismos que han traspuesto nuestras fronteras.

El pueblo oaxaqueño es grandioso por nutrirse de la tradición y del saber popular. Recurre a la tradición que por generaciones ha recibido en herencia, no importa que haya sufrido como en el caso de las antiguas religiones, el sincretismo que se manifiesta al tomar la esencia de una religión y adaptarla a la propia.

El Estado de Oaxaca cuenta con 16 idiomas y más de 100 dialectos que se derivan de ellos, la variedad de tradiciones toma fuerza por la unidad de estos grupos autóctonos que se manifiestan a través de sus danzas, música y poesía, ancestrales expresiones de cultura que conservan y defienden, y que recurren cuales la cantera verde, gris o rosa a golpe de cincel se torna en artísticos encajes.

Oaxaca conserva la magia del color en sus artesanías y sus atuendos, así como en la gastronomía con su gran variedad de platillos, sus nieves y una infinidad de dulces, panes y antojitos que representan un reto al paladar.

Su plaza sombreada por laureles de la india y rodeada de jardines, la policromía de sus frutas y de su alfarería en sus días de plaza, nos dice que quien visita esta ciudad no puede sustraerse a excursionar en las zonas arqueológicas que son asombro.

Oaxaca es uno de los rincones de México que aún no ha perdido sus tradicionales costumbres y la generosidad indígena que la hace una ciudad hospitalaria. El atractivo de este lugar del sureste es su autenticidad y que celosamente sigue sus tradiciones.

La antigua «Huaxyacac» que en náhuatl es «En la nariz o en la punta de los huajes» y que por Cédula emitida por Carlos V en 1526 fue declarada Villa de Antequera de Guaxaca; el título de ciudad le fue otorgado el 25 de Abril de 1532, su traza estuvo a cargo de Alonso García Bravo y fue calificada por los cronistas de la época como «una de las más bien fundadas de la Nueva España». La riqueza colonial dejó sus huellas artísticas en edificios religiosos y civiles con pórticos de cantera tallada y balconería de hierro forjado.

En la época prehispánica, la historia de los «Lunes del Cerro era una fiesta pagana y religiosa que inicialmente fue dedicada por Mixtecos y Zapotecos al culto de la Diosa Xilonen, una de las deidades del maíz, festividad que duraba ocho días y a la que se incorporaban los habitantes de los pueblos vecinos con ofrendas y cánticos.

La fiesta a «Centéotl» principiaba en la antigua ‘Huaxyacac» el día 16 de julio y se le hacía la gran fiesta a la Diosa del Maíz bajo la advocación de Xilonen.

Esta festividad duraba ocho días durante los cuales se bailaba sin descanso en el templo de la Diosa. El Rey y los Señores (caciques) daban de comer al pueblo en esos días, siendo el «tamalli» el manjar preferido.

Durante los días de fiesta se cantaban los hechos gloriosos de sus antepasados, así como la antigüedad y nobleza de sus casas. Al ponerse el sol era cuando los sacerdotes bailaban durante cuatro horas en el templo iluminado. El último día correspondía a los nobles y guerreros que les tocaba bailar como fin de fiesta.

Se afirma que esta costumbre establecida por los zapotecas celebrada con gran solemnidad ritual estaba exenta de sacrificios humanos, lo que le daba la elevación moral a esta nación.

Cuenta la leyenda que los zapotecas, que ellos, los «Didjazaa» tuvieron como fuente de su origen, los árboles y las rocas y que por voluntad de «Coquixee» deidad principal de ellos, los árboles y las rocas se habían transformado en su vigorosa nación.

Así mismo, en esta fiesta, la más importante, toda la población participaba e imploraba a «Centeotl» para que derramara sus dones en las siembras y las cosechas fueran pródigas.

Así fue la celebración por años y años, hasta que un día vino una sequía tal que por tres años se suspendió la fiesta. Cuando se reanudó y contra las costumbres zapotecas el sumo sacerdote, aconsejado, ordenó se sacrificara una doncella durante la fiesta de «Centéotl» para que por medio de ese sacrificio, volvieran las lluvias y obtuvieran sus cosechas.

Estos sacrificios de doncellas o esclavas pertenecientes a las castas dominantes (la guerrera y la nobleza) sólo se efectuó en dos o tres ocasiones, por mandato del gran sacerdote y se volvió a la antigua costumbre de ofrecer a los dioses las primicias en aves, ganado, frutos, cereales y flores.

Siglos después en la época colonial, a la llegada de los frayles Carmelitas, se propició una serie de cambios y adaptaciones a la costumbre de los indígenas de reunirse en el cerro, los evangelizadores después de celebrar la liturgia de la Virgen del Carmen para atraer a los nativos, organizaban desfiles de muñecos gigantes y ofrecían golosinas.

Durante los trescientos años de la dominación española, fueron cambiadas algunas costumbres, sobre todo en las danzas, las cuales se unieron con el arte danzario indígena para formar con el tiempo una amalgama del arte propio del oaxaqueño.

Actualmente, en la mañana del ‘Lunes del Cerro», la gente camina como en procesión hacia «El Fortín», es el día de la fiesta grande, hay sonrisas en la caminata que sube alegre para estar presente, es el diálogo con el pasado, es nuestra continuidad, es gente con herencia, de fervor a lo suyo, fervor de subir el cerro y transformarse estando en él, son partícipes y espectadores que buscan la magia de esta fecha.

Antes, a cielo abierto y suelo firme en la «Rotonda de la Azucena» sede original de las modernas festividades, se acomodaba el pueblo expectante a su tradición, había que llegar temprano para pelear un lugar en la explanada, un sitio cerca del escenario de pretérito ritual o en el  templete con los invitados especiales, los que no, por su parte participaban en las rocas salientes de la falda del cerro tienen un lugar especial en la ceremonia, desde él saludan, comentan y se emocionan con lo que comparten, son rostros de emotividad, hay determinación y confianza, firmeza y nerviosismo antes de danzar, inminente revitalización enmarcada en flores y trenzas enrolladas, mantas y collares que sonreirán al mundo con su tradición que nada descuida en el escenario de este mágico día.

Hoy es un día importante, fecha en que Oaxaca comparte las costumbres y tradiciones de sus diferentes etnias, orgullosa de sus distintas culturas que se entregan haciendo que nuestros corazones se invadan del sentimiento y emoción que se comparte en esta fiesta; evocación a su pasado que ahora solo en sus tradiciones perdura, breve esbozo con sabor a consejas de cosas idas.

El programa se inicia con el homenaje a la «Diosa Centéotl», representante de una de las delegaciones asistentes y que se viene eligiendo desde 1968 un día antes e investida públicamente para presidir las fiestas con nuestras autoridades en el escenario del hoy moderno auditorio.

Encabeza a las delegaciones la Región del Valle con sus «Chinas Oaxaqueñas» de prestancia única, rumbosas y fieles a su tradición, representativas de la Ciudad de Oaxaca, huella de sus mejores días que añora y ama en su fresca y espontánea risa y quienes acompañan el «convite», compendio del original que invita al pueblo a participar de la fiesta entre el estruendo de cohetes y las notas de nuestra música vernácula, la «chirimía», el tambor de parche, el caracol y la banda de música en donde predomina la marcada influencia indígena que da sentido a primitivos sonidos de nuestra música ancestral que festeja el depósito de la «Guelaguetza» en la casa (Oaxaca) del Mayordomo (autoridades e invitados) con sus sones de sabor inconfundible y regional.

Recorriendo el escenario desfilan con carrizos de verdes hojas adornados con banderitas de colores de papel de china, otros con faroles de armazón de carrizo, forrados con el mismo papel y con velita en su interior.

Adelante, la comitiva, el cohetero y ayudantes, mientras la banda de música alegra con sus sones el desfile, los «gigantes» danzan, la «mar-mota» es insustituible, ya que tiene como función identificar con su nombre al barrio y a quien siguen las rumbosas «chinas» con su típica expresión de gozo, cargando sobre sus cabezas canastas enfloradas con diversos símbolos y figuras caprichosas utilizadas en las festividades religiosas y sujetadas fuertemente, dando una nota de belleza por el colorido y plástica de sus figuras, a quienes responde la gente a sus encantos en ánimo de unificación.

El Valle» y las «Chinas Oaxaqueñas», mujeres populares, de leyenda, costumbre y tradición, religiosas y paganas como nuestros ritos, lo entablan con soltura vigorosa y sensual.

El «Jarabe del Valle», herencia de nuestro pueblo, lleno de vida y alegre en movimientos, hace vibrar el alma y jubiloso borda nuestro espíritu con la filigrana de sus notas f

La música resuena en el espacio como ayer, es el «13 Tecpall», «Lulaa» alimenta su espíritu con el huehuetl, la concha, el caracol, chirimía y teponaxtle; del «Danina Yaaloani» emerge aroma de azucenas, Oaxaca está vestida de paisaje con tonos de luz en sus mujeres, es obsesión de colores, es jade y obsidiana, es magia en el tiempo que se desborda en sus raíces.

El ritual se ha iniciado, lo infinito del día se alumbra de sol para ofrendarnos con fervor florido el corazón, es el «Lunes del Cerro», es el ayer, ahora.

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